TIEMPO DE PAPALOTES
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TIEMPO DE PAPALOTES
Del Cronista…
Salvador Herrera Garcia
Hace muchas décadas…Cuando los vientos del norte, procedentes del Golfo, comenzaban a peinar los montes de los Tuxtlas, era señal de que se iniciaba la temporada de cometas o papalotes.
Entonces aparecían. Nadie sabe quién echaba a volar el primero. Pero, pronto una constelación de artefactos de papel de china se recortaba sobre el cielo. Con ellos se elevaban la creatividad, la imaginación y los sueños de infantes, adolescentes y, acaso, también de adultos aún refrescados por brisas de infancia.
Los niños eran duchos en la manufactura de cometas, desde las más sencillas hasta las más complicadas por su tamaño y forma… …. También muchos adultos ocupaban el tiempo libre en hacer y volar cometas de diversos tamaños. Y según la forma, los nombres variaban. Así, había brujas, cometas, estrellas, palomas, coroneles, aviones, pichos machos, cajones, barriletes… y los papalotes más grandes y vistosos: las pandorgas.
Por supuesto, tras de esos juguetes o, mejor dicho, bajo de ellos estaba la terca voluntad de quienes con los pies bien firmes en la tierra, dirigían a través del cordel las acrobacias que el papalote realizaba en las alturas. La calle o algún sitio baldío y llano eran propicios para elevar las cometas, pero se prefería la orilla del lago, por la playa de Coniapan, extensa, libre de obstáculos y con permanente brisa…
Eran famosas las grandes pandorgas que elaboraban y hacían volar los pescadores del barrio de San Juan. Cumplidas las faenas mañaneras, grupos de hombres se reunían en la playa, muy cerca de la Punta de la Pesquería. Y entre charla sabrosa y tragos de machucados de frutas, se dedicaban a confeccionar sus papalotes gigantes, llamadas “pandorgas”.
Varitas de caña de otate, pacientemente labradas para que tuvieran peso equilibrado, y atadas con hilo de cáñamo iban armando la geométrica y liviana estructura, que en ocasiones llegaba a medir hasta dos metros de largo, por uno y medio de ancho. Luego, con secciones triangulares, romboides y cuadradas de papel de china y engrudo de almidón, se vestía la compleja armazón. Una vez forrado totalmente el papalote semejaba un multicolor y llamativo mosaico.
En la parte superior del artefacto se fijaban a un tenso hilo, fragmentos de papel –los zumbadores- que, con el viento, producían un característico zumbido, como de abejas, perceptible a muchos metros de distancia. Luego había que tener mucho cuidado al situar tres cordeles resistentes fijos en el centro del papalote, en puntos triangulares y equidistantes Eran los llamadas “tirantes”. De ahí partía el hilo o cuerda que controlaba la pandorga desde tierra.
Por último se añadía la cola de tiras de trapo para hacer contrapeso,… y varias docenas de metros de resistente cordel. Esa labor ocupaba varias tardes. Terminada la pandorga era llevada a la playa a volar –a encampanarla, se decía-, entre la algarabía de chicos y grandes.
No era tarea fácil elevar un artefacto de tales dimensiones, pero la fuerte brisa del lago permitía despegar al papalote. Entonces el cordel se transformaba en un imaginario timón.
Con el giro de manos, brazos o de todo el cuerpo, el experto hacía elevar o descender su cometa, lanzarlo en barrena, ladearlo, hacerlo colear, zumbar o aterrizar.
Magnífico espectáculo que obligaba a los curiosos a no despegar la vista del cielo. Una vez estabilizado en el aire, el papalote, cuando era de grandes dimensiones, cobraba tal fuerza que podía vencer la de un hombre; por ello el cordel se ataba a un firme poste o a un árbol…
Podía ser uno o una docena de artefactos de caña y papel de china que, elevados al mismo tiempo ponían alegre nota de color en las alturas. Y había competencias: cuál era más grande, cuál volaba más alto o zumbaba más…
Pero la máxima aventura era el duelo de pandorgas… Se les ataba en la cola una navaja de afeitar o un vidrio filoso; se elevaban y desde tierra, con habilidad se manipulaban para que en un giro o en un violento colazo cortaran el cordón de alguna rival… si esto ocurría, la pandorga vencida caía irremediablemente a pique.
Mientras las pandorgas desafiaban los vientos, en tierra había jolgorio y calor de aguardiente. Sin embargo, según la ley de gravedad, todo lo que sube tiende a caer Si algún papalote caía lago adentro, había espontáneos dispuestos a abordar las canoas y remar para acudir al rescate.
Y en ocasiones, una inoportuna ráfaga de viento, un movimiento impreciso, el aire que cesó o la cuerda que no resistía ocasionaban que esos sueños de caña y papel china perdieran altura y terminaran en girones suspendidos en un árbol o en las líneas eléctricas…
Pero había algo de magia, porque luego del descalabro todo podía volver a comenzar. Salían a relucir tijeras, cañas, papel, engrudo, cordel y un nuevo papalote estaba listo. ¡ A volar palomas…¡ Y la chamacada jubilosa, desde tierra soñaba que volaba con alas de papel. ..Soltaba o cobraba hilo¡… y por la cuerda enviaba correos de alegría…
Al atardecer se hacía descender la pandorga. Se reparaban los desperfectos y se guardaba… Ahí iban en procesión, niños y adultos, cuidando, cargando la liviana pandorga hasta la casa del dueño…
Y en las siguientes tardes, tantas como aguantara el artefacto y el viento fuera propicio, volvían esos niños grandes –cuales icaros criollos- a elevar sus sueños y fantasías envueltas en multicolor papel china, en el cielo catemaqueño.
(shg)
(A todos los que vivimos la mágica emoción en "empinar" papalotes.)
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