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MORENA A LA DERIVA

Luego de las elecciones internas de Morena puede afirmarse que el partido en el poder puede llamarse el partido de un solo hombre. #MORENA #NACIONAL

MORENA A LA DERIVA

Partido de un solo hombre

Membrete o franquicia, el partido en el poder navega por los mares de la incapacidad y falta de liderazgo propio


Por Ángel Álvaro Peña

Luego de las elecciones internas de Morena puede afirmarse que el partido en el poder puede llamarse el partido de un solo hombre. Morena como partido, se convirtió en una oficina burocrática desde la salida del actual presidente de la república. Su cúpula, o Comité Ejecutivo Nacional, no volvió a voltear al pueblo. Por otra parte, el pueblo sabía que el membrete que volaba de marcha en marcha, de elección en elección, tenía un solo hombre detrás: Andrés Manuel López Obrador.

Morena como partido tiene el enemigo en casa. No falta quien denuncie que Mario Delgado traiciona a la 4T, y tampoco hace falta que alguien levante la voz asegurando que Muñoz Ledo es el enemigo número uno del proyecto obradorista. Los demás aspirantes ya no deben tomarse en cuenta ni como punto de referencia en este momento de la historia política de México.

Dentro de Morena se mueven fuerzas que ni siquiera llegan a nombrarse tribus, sino que puede designarse la gente de un líder o de otro. Pero en realidad Morena sobrevive a tantos holgazanes por un solo personaje.

Morena no es un partido corporativo como lo fue el PRI, y esto en lugar de ser un problema le significa una ventaja, porque tiene sus bases en la sociedad sin necesidad de intermediarios o sectores que los lleven a las urnas con órdenes precisas; sin embargo, para que las campañas de ese partido funcionen debe haber candidatos sólidos, de carne y hueso, y no los tiene, por lo menos en las diferentes gubernaturas a pelear, que son 15.

A Morena, al igual que al gobierno, se les exige mantener la votación que fue extraordinaria en todos los sentidos, eso es imposible. Le llaman debilidad a no mantener un episodio que ocurrió en el momento preciso y muy posiblemente no volverá a ocurrir. Además, los medios han practicado una rudeza no sólo innecesaria, sino inédita, contra el gobierno que no los ha tratado peor que otros, y eso, quieran o no, desgasta.

Un factor que en estos años ha debilitado notoriamente a los partidos políticos es el Instituto Nacional Electoral. El protagonismo de sus consejeros, sus trabajos extras ofreciendo conferencias que les sirvieron de tribuna política, su ineficacia, sus declaraciones egocéntricas, sus sanciones parciales y su inclinación por los diferentes partidos han creado una autoridad electoral sin credibilidad ni confianza ciudadana.

La manera de dar a conocer los resultados de las encuestas que dieron el triunfo a Muñoz Ledo y a Mario Delgado muestra la intención de enfrentamiento contra la fuerza social de los partidos, aunque en el intento también deterioran su imagen y dan al traste con su propia historia.

Morena se divide en dos sectores importantes que tienen como principal bastión al presidente de la República y, al parecer, es su única fuerza firme. Es decir, el lopezobradorismo. Es de donde puede llegar el voto duro, que no haya control ni registro de esta gente simplemente es un problema menor.

Otro de los sectores es la Cuarta Transformación, que rescata valores históricos para transformar el presente y dejar atrás un pasado lleno de improvisación y corrupción. Una responsabilidad que pocos en ese partido toman en serio, porque la historia es una ciencia extraña en sus conocimientos y los pocos que la conocen no saben cómo utilizarla en el presente.

La historia de Morena no tiene más de cinco años. Si bien ganó las elecciones presidenciales y una ola que arrastró muchos otros cargos de elección popular, el futuro es incierto, aunque el optimismo impera en las filas de ese partido diciendo que seguirán ganando. La inconformidad desatada proviene de una clase media que todavía no encuentra su medio de información adecuado para calificar prematuramente la actuación del gobierno. Apenas van dos años, o casi. De ahí que su oposición no se afilie a ningún partido y sus inconformidades no pasen de ser vertidas junto con el azúcar al café o como compañía del postre.

En verdad que hay inconformidad, una parte de ese desacuerdo se encuentra en lo que se oye y no en lo que se ve o vive; el problema es que es creciente y se notará en las elecciones. Hasta el momento el gobierno federal ha mostrado no ser peor que los anteriores, aunque haya gente dedicada a decir que lo que se hace es muy grave y señalan muertes por Covid-19, como si se ejecutaran en Palacio Nacional.

No podemos afirmar que haya partido en el poder, hay poder sin partido. Lo que pueda hacer el próximo dirigente será muy poco comparado con lo que debieron hacer los anteriores que se la pasaron peleando entre ellos. No hay tiempo para reconstruir un partido político a pesar de estar en el poder.

Es decir, estamos hablando de una descomposición de los partidos políticos en México que han dejado de lado los principios políticos para dar lugar a las ambiciones personales a las que todavía no saben llegar.

Saben muy bien los partidos que no son un garante de la democracia. Conocen su fragilidad, unos porque fueron derrotados en las urnas, otros porque no saben qué hacer con el triunfo como organización política. El hecho es que la fragilidad en México de los partidos políticos se muestra desde afuera del país.

La solidez o debilidad del gobierno podrá verse hasta el próximo año. Las especulaciones al respecto son tan variadas como antagónicas, lo que es cierto es que el partido en el poder no podrá siquiera seleccionar con imparcialidad candidatos y en esto pareciera que la vieja consigna popular de votar por las personas y no por el partido vuelve a cobrar vigencia, sobre todo en el interior del país, donde se exigen líderes naturales, o por lo menos regionales que sean conocidos y reconocidos por la gente y no aquellos que llegan del centro a intentar transformar la realidad de un terruño que ya olvidaron.

Morena se ha convertido en una franquicia para poder concursar en las elecciones, en medio de un sistema de partidos en decadencia.

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