LA PESCA MILAGROSA
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LA PESCA MILAGROSA
Del Cronista…
Salvador Herrera García
Según cuenta una antigua leyenda, en una época remota la mojarra y el topote del catemaqueño lago, principal sustento de la población, comenzaron a escasear. Hasta que un aciago día las embarcaciones retornaron vacías.
Las piraguas y canoas varadas en la playa y las redes abandonadas testimoniaban la inactividad de los pescadores. El hambre amenazaba. Desesperados, los habitantes se acogieron al amparo de la patrona del lugar, la Virgen del Carmen.
Así, la pequeña ermita se llenó de fieles, de cantos y rezos. Se sucedían las procesiones y sacaban en andas a la venerada imagen, en lentos recorridos por la ribera.
Mañana y tarde oficiaba misa un párroco traído desde la vecina villa de San Andrés Tuxtla. Promesas y mandas multiplicadas imploraban un milagro…
Y cierta noche, de aquellos días de escasez y de hambre, unos desvelados pescadores, entretenidos en jugar brisca, presenciaron un extraño hecho: entre la densa bruma nocturna adivinaron la silueta de una gran piragua que a remo lento surcaba el lago, dejando una larga y plateada estela…
Los hombres, extrañados, se preguntaron ¿quién podría ser?, ¿qué andaría haciendo a esa hora esa desconocida embarcación?...
Presurosos dejaron el juego y a bordo de sus canoas pusieron proa agua adentro. Remaron gran distancia sin divisar la piragua. Pero, sorprendidos, descubrieron el origen del brillante rastro… Era efecto de un cardumen que, por tan nutrido, refulgía como ancha raya de plata en las oscuras aguas.
Retornaron a dar voces. La gente abarrotó la playa. Y una a una, las barcas se hicieron al agua, preparadas con los arreos de pesca. En medio del lago, los lances de atarrayas y chinchorros, los tiros de cordel y de anzuelo se sucedían sobre la luminosa estela…
Cuentan que la abundante pesca rebasó la capacidad de las embarcaciones.
Esa noche se disipó del pueblo el fantasma del hambre.
Al amanecer, porciones generosas de peces abastecieron a todos los hogares de la villa y alcanzaron para obsequiar en los pueblos aledaños.
El júbilo fue grande. Se cantó solemne Te Deum. Y en agradecimiento por el milagro, la Virgen del Carmen fue llevada en procesión por las calles y la ribera del lago.
También se acordó mandar labrar un nicho de maderas preciosas con estofados de oro, para la patrona; nicho que permaneció por muchos años en la ermita.
Y por varios días tronaron cohetes, se entonaron alabados, repicó la pequeña y única campana y se sucedieron los velorios; hubo jarana y fandango; abundaron las tamaladas y corrió como nunca el aguardiente y los preparados de frutas.
Muchos días después, cuando terminó el jolgorio y el pueblo retornó a su habitual tranquilidad, la Mayordoma encargada del cuidado de la Virgen, se dispuso a cambiar la ropa que la sagrada imagen había lucido durante la fiesta…
Fue entonces cuando el asombro interrumpió esa delicada y especial labor. La Mayordoma no podía creer lo que veía: el manto de la Virgen estaba húmedo y con restos de lirios del lago… y entre el encaje del ropón se enredaban varios pequeños peces de plata y de oro…
Refulgían intensamente, como refulgía la estela que los hombres vieron sobre el lago, aquella noche remota cuya fecha ha olvidado la memoria.
©shg
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