EL RODEO
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EL RODEO
Del Cronista.
Salvador Herrera Garcia
Hacia el oeste. A la entrada del poblado de Catemaco, estaba el llano de “El Rodeo”.
Era como un tapete verde que a nuestros ojos niños parecía inmenso. Por el norte, destacaban los cerros de “Las Animas” y “El Mono Blanco “y más lejos el volcán San Martín.
La transparencia del aire los hacía parecer que estaban al alcance de la mano.
Y cerca de ahí, en el antiguo camino hacia la montaña y la costa, el tenebroso tramo “El arenal” donde - aseguraban los viejos-, se aparecía el diablo.
Esa gran extensión pertenecía al fundo legal y su nombre, el Rodeo, tuvo su origen, tal vez, desde la fundación del pueblo. Ahí, libre, en la verde grama pastaba el ganado. Había espacios poblados de berenjenales y sanjuaneras que por junio cubrían y adornaban el llano con blancos lirios...
Abundaban los chapulines, gusanos medidores y grandes abejorros…Había madrigueras de conejos, nidos de torcazas y víboras ratoneras.
Referían los mayores que en tiempos de la Revolución, un día ese lugar fue campo de batalla entre rebeldes maderistas y soldados federales…Y contaban que en la escaramuza participó la mismita Virgen del Carmen; algunos la vieron con su inconfundible manto café y sin niño, curando heridos y confortando moribundos…Pero esa es historia para narrarla aparte…
“El Rodeo” estaba fuera del área poblada. Comenzaba frente al Cerrito y finalizaba en el predio donde actualmente se instalan los chilangos. Tupida arboleda de manches y chigalapolin y el predio conocido como El Chorrito, lo limitaban al norte. La carretera a San Andrés Tuxtla, al sur.
Por los años 30 o 40 del siglo pasado fue aeródromo, donde bajaban y subían pequeños aviones que enlazaba a Catemaco con Veracruz, Xalapa, Córdoba y Coatzacoalcos… Pero ese auge aeronáutico duró poco tiempo, terminó cuando abrieron la carretera del Golfo…
Recordamos que en “El Rodeo” se construyò nuestra primera escuela la primaria Presidente Miguel Alemán Valdes, en la década de los años 50, en el extremo este del gran llano…
Al toque de recreo salíamos presurosos por una angosta vereda entre zacates y berenjenas a correr por la llanura, a buscar y perseguir conejos o a tendernos boca arriba, a pleno sol, sobre la alfombra del pasto, para contemplar la metamorfosis de las blancas nubes en fantásticas figuras.
“El Rodeo” era escenario propicio para herraderos, doma de potros y carreras de caballos. Por el mes de julio, durante las fiestas patronales, ahí se armaba el corral para jaripeos y “toreadas”…También ahí se jugaba futbol y béisbol; acampaban clanes de gitanos, caravanas de jubilados norteamericanos y se instalaban circos…
Muy nítido está el recuerdo del Circo “Atayde”. Llegaba precedido de su fama a despertar nuestra curiosidad y asombro con su larga cauda de tráilers, camiones, automóviles, carros casa, carros jaula, su nutrido personal y su variado zoológico.
Mucho tiempo dedicábamos los escolapios a observar las maniobras para levantar las grandes carpas. Y frente a las jaulas nos olvidábamos de clases, comida y tareas y con admiración y asombro observábamos a los animales salvajes, igualitos a los de las estampas y los libros escolares.
Ya por la noche, “El Rodeo” se transformaba. Había luces, música, algarabía de mucha gente…y esa magia que sólo se vive bajo la carpa de un circo…
Por cierto, esa magia contagió seriamente a un compañero, llamado Jacinto; que en aquellos años, se enroló en el equipo de utileros del Atayde. Bajo la carpa corrió y vivió mundo y al cabo de varios años retornó, quizás ya curado de la fiebre circense y de la vida trashumante…
Pasó el tiempo. Raudo, como las cambiantes nubes. Abandonamos la escuela. Crecimos… Nos dimos cuenta que, en realidad, “El Rodeo” no era tan grande...
Sin embargo, por décadas el llano se mantuvo siempre verde, sin dueño, descampado, vecino de los grandes cerros, de las blancas nubes y de nuestra primera escuela. Pero…
De pronto, ese espacio que parecía propiedad de todos, tuvo dueños y se pobló. Ahí se ubicó la zona escolar y es ahora un suburbio de la ciudad…
De aquel “Rodeo” de la feliz infancia, sólo quedó una grata mancha verde en el recuerdo.
©shg
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