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QUETA BASILIO, LA MUSA DE MÉXICO 68


por Redacción/SFNoticias

Ciudad de México. Con la elección de México como sede de los XIX Juegos Olímpicos en 1968, el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz buscaba limpiar un poco la imagen de país machista, en el que algunas naciones extranjeras pensaban que aquí dominaban los hombres de sarape y sombrero. La orden era que fuera una mujer, sí, una mujer, la que tomara el último de los dos mil 778 relevos de la antorcha (desde Atenas hasta el estadio de CU) y encendiera el pebetero olímpico.

El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, organizador de los juegos, tenía en claro que debía ser de piel morena y con garbo, que mostrara al mundo el prototipo de la mujer mexicana. Entonces pensó en Amalia Hernández, fundadora del Ballet Folklórico de Bellas Artes, que tenía porte al bailar. Luego, el grupo de asesores del arquitecto sugirió a divas como María Félix, Elsa Aguirre y otras bellezas nacionales.

Pronto notarían que correr una vuelta al estadio de Ciudad Universitaria y subir 93 escalones hasta el pebetero, con una antorcha de casi dos kilos en la diestra, no era para cualquiera.

Alguien le sugirió a Pedro Ramírez Vázquez que buscara al doctor Eduardo Hay, director del Comité Olímpico Mexicano, que él podría ayudar. Unas semanas después, el arquitecto recibió una llamada telefónica de parte del doctor. Le dijo: “Ya tengo tu encargo. Ven al CDOM”.

Lo que Ramírez Vázquez encontró en la pista fue una jovencita morena de 20 años, de piernas largas, de casi 1.80 metros de estatura, 59 kilogramos y un andar desgarbado. Tímida y encorvada, parecía no ser la indicada. Se le pidió que tomara una estafeta y corriera en la pista como si llevara una antorcha.

La bajacaliforniana no sabía de qué se trataba, sólo se quitó el pants, tomó el tubo de metal y comenzó a correr sobre el óvalo de atletismo. Todos se quedaron boquiabiertos. Era una diosa que flotaba sobre la pista. Para el arquitecto no había duda. Era la indicada. Al preguntarle su nombre, la jovencita contestó tímidamente: “Enriqueta Basilio”.

Lo anterior lo cuenta una mujer de 70 años, con la cadera fracturada y un poco de dificultad para hablar (mal de Parkinson).

Es Enriqueta Basilio Sotelo, aquella velocista que hace casi 50 años (el 12 de octubre del 68) se convirtiera en la primera mujer en encender la llama olímpica.

Queta regresó el pasado fin de semana al estadio del México 68 y sus recuerdos van más allá que el encendido de la llama olímpica.

A los atletas nos tenían encerrados en el CDOM (Centro Deportivo Olímpico Mexicano), sin televisión, sin llamadas telefónicas, sin periódicos y sin saber lo que estaba ocurriendo con los estudiantes en Tlatelolco. No nos decían nada, no nos dejaban salir, pero había muchos militares cuidándonos no sé de qué cosa. Los atletas presentíamos que algo andaba mal”.

La competidora en 400 metros planos y 80 con vallas había ensayado en varias ocasiones el recorrido con la antorcha, la vuelta olímpica en el óvalo y el ascenso hacia el pebetero.

Aquel 12 de octubre, el que me entregó la antorcha fue un militar disfrazado de atleta. Lo noté por su corte de pelo y forma de correr. Junto a él había otros soldaditos, todos muy derechitos y mirando hacia todos lados”, revela Queta Basilio, quien aquel sábado no sabía que 10 días antes había ocurrido la matanza de Tlatelolco y que se habían hecho algunos cambios protocolarios por el temor de que hubiera algún atentado el día de la inauguración.

Prosigue: “Había preocupación del gobierno porque yo era universitaria. Temían que podía protestar en pleno encendido del pebetero, que ese día apareciera con una playera negra o con la imagen en el pecho de la paloma de la paz ensangrentada. Siempre me custodiaron soldados”.

Aquella tarde, Queta apareció en el túnel olímpico y tomó la pista hacia el lado izquierdo (también le cambiaron la dirección) y el susto se dio en la curva de los 200 metros.

Muchos atletas que habían desfilado y estaban dentro del óvalo, rompieron filas para tomarme una foto de cerca. Sin querer me cerraron el paso del tartán y no sabía por dónde seguir corriendo”.

En la ceremonia de apertura había 80 mil espectadores, siete mil 226 atletas y 119 banderas de los países listos para competir.

También estaban el presidente Gustavo Díaz Ordaz y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en el palco presidencial y cientos de militares mirando hacia todos lados.

“El ruido era infernal, pero apenas pisé el primero de los 93 escalones rumbo al pebetero y dejé de escuchar los gritos. Dejé de ver a la gente”.

Los militares la seguían con la mirada.

Queta mira un telegrama de hace 50 años que el presidente Díaz Ordaz le mandó a sus padres en agradecimiento por dejar que Queta encendiera el pebetero.

Lo más importante es que me convertí en la primera mujer en encender el pebetero, algo que sólo ha repetido Cathy Freeman en Sidney 2000”.

Y a casi 50 años de aquella hazaña, Queta Basilio vuelve a posar junto al pebetero olímpico. Y lo enciende. Sonríe al recordar que en aquellos tiempos corría el rumor de que entre los candidatos para subir al pebetero estaban Capilla, Memo Chavarría y Juanito Martínez. Queta no era famosa.

Yo nací para el mundo el día que encendí la flama olímpica”.

Fuente: Excélsior

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